Me resulta sinceramente una lástima, haber escuchado durante todo este tiempo de debates sin fin, cruces, discusiones, opiniones “políticamente correctas” o mensuradas a partir de la reacción que eso pudiera llegar a causar, una vez formuladas (lo que a mí, personalmente, me las desvaloriza en términos de genuinidad, a la hora de tomarlas en cuenta).
No me extrañan posturas como la postura oficial de la Iglesia. Si nos ponemos a pensar, en términos históricos, el accionar de ésta institución se ha movido dentro de parámetros que no se han visto modificados, al menos no de fondo, y en cuestiones que abarcan un abanico bien grande de temáticas.
A lo que me refiero, es que la Iglesia como Institución (la nuestra oficial: Católica y Apostólica Romana, de ella hablo) posee sus fundamentos cimentados a partir del dogma, como manera de organizarse, y de desprender su ideología.
Por ello, hasta me hubiera resultado extraño un cambio de postura radical, en cuanto a su propia opinión (histórica) sobre uno de los preceptos fundamentales de la religión: el Sagrado Matrimonio.
Sobre la Ley en sí, celebro, que a pesar de aquellas connotaciones políticas o de favorecer o no imágenes (esto va por cuenta de la opinión de cada uno, creo) se haya tomado la decisión que finalmente se tomó.
Creo que el flagelo social y que la discriminación hacia, no ya, las personas con distintas inclinaciones sexuales, sino en términos generales, no se va a acabar de la noche a la mañana, sobre todo, porque creo que como sociedad en estado de evolución permanente, hay muchísimos temas que tenemos que aclarar, cerrar, superar y trascender, como para que ese tipo de cosas alcance a notarse, en la realidad del día a día.
De todas maneras, me da la sensación de que medidas como éstas, ponen la discusión en un plano un poco más elevado a nivel intelectual, y si me parece que acerca (aunque sea poco a poco) la igualdad a un montón de gente, que de verdad, se acaba de sacar un enorme peso de encima y puede hoy en día, tomar la decisión de casarse.
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